jueves, 16 de septiembre de 2010

La espina del amor

Durante la cuaresma del 1425 un predicador franciscano, Giacomo della Marca, acudió a la Colegiata de Santa María de Casia, por haber sido invitado a predicar sobre la pasión del Señor. Debido a su buena fama de orador fueron muchos los que acudieron a escucharlo. Entre los oyentes estaba Rita, quien supo aprovechar  bien aquella prédica que guardó en su corazón y meditó siempre. Ella, que tanto contemplaba el crucifijo, se sintió profundamente  tocada por la predicación del franciscano.
Años después, cuando llegó el viernes santo de 1432, hallándose Rita de rodillas ante la imagen del crucifijo, exclamó: "Señor, dame una espina, una de aquellas que traspasaron tu sagrada cabeza". La súplica fue tan sincera que el Señor le concedió a Rita una íntima participación en su pasión.
El epitafio que podemos leer en el segundo sarcófago de la Santa, realizado diez años después de su muerte, reza así:

"Oh bienaventurada por virtud y fortaleza,
en éxtasis arrebatada por la Cruz,
donde sufriste dolores agudos,
tú dejaste las tristezas de este mundo,
para  satisfacer tus ansias de vida y de luz.
Participando de esa pasión tan atroz,
¿qué mérito tan grande atribuirte?
Tú fuiste preferida a toda otra mujer
para recibir una espina de Jesús.
Tú no esperabas algún premio terreno,
pues no querías otro tesoro fuera de Cristo,
al que toda te entregaste.
Quince años la espina padeciste,
y no te pareció todavía estar preparada
para entrar en la vida gozosa"

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